Aunque el cerebro detesta la ambigüedad, nos sentimos
curiosamente atraídos por ella. Muchas y famosas ilusiones ópticas se
sirven de la ambigüedad para estimular gratamente los sentidos. La resolución
de incertidumbres suscita un placentero sobresalto en nuestro cerebro,
parecido al que se experimenta en el ¡Eureka! de acertar con la solución de un
problema.

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